Martha Nyirabambogo (SYTRIECI – Ruanda)
"“He estado vendiendo sin éxito durante cuarenta años. Sufría sola”."
Dos horas antes del amanecer, Kigali, Ruanda, permanece tranquila ‒todavía no se ven barrenderos limpiando las aceras con escobas de paja, ni se oyen los tempranos silbidos de los
habituales pinzones de pico rojo, ni el ruido del tráfico de la mañana.
A pesar de ello MARTHA NYIRABAMBOGO, una vendedora ambulante de 67 años, comienza su larga jornada en esta silenciosa oscuridad, algo que lleva haciendo desde hace casi cuatro décadas. Martha tiene que ir temprano al almacén de productos Bweramvura para comprar tomates de un rojo oscuro, grandes pomelos, higos dulces y mangos maduros. Caminando transporta sobre su cabeza esta pesada carga hasta el mercado Nyabugogo, un centro de comercio fuera de una concurrida estación de autobuses, donde organiza y expone los productos para que estén listos cuando abra el mercado a las seis. Aquí, en medio de un tumulto de voces que negocian los precios, y los olores de las pieles de frutas y verduras que se mezclan con el de los altos lirios, ella permanecerá hasta las ocho de la noche. En 14 horas, ella espera ganar el equivalente a cinco dólares estadounidenses.
Estos cinco dólares, a pesar de que no son suficientes para que Martha y su familia salgan totalmente de la pobreza, es cinco veces la cantidad que ella ganaba hace tan solo cuatro años. Antes de esto, ella comenta, “he estado vendiendo sin éxito durante cuarenta años. Sufría sola».
Martha comenzó la venta ambulante en 1973 cuando se quedó viuda a los 33 años con cinco hijos que criar. “La vida era muy difícil”, comenta. “Comencé la venta ambulante para poder criar a mis hijos… tenía que llevarlos conmigo durante todo el día. Éramos expulsados de la acera donde dormíamos. No teníamos suficiente comida”. Este sufrimiento en solitario empeoró infinitamente durante el genocidio contra los tutsis en 1994, cuando todos sus familiares cercanos ‒ hermanos, hermanas, tías y tíos‒ fueron asesinados.
Como muchos otros supervivientes, Martha no solo continuó viviendo con el trauma de lo que había experimentado, sino que siguió aún más inmersa en una pobreza de la que su país no podía ayudarla a salir. Más y más gente se quedó sin trabajo y pasaron a realizar empleos informales como la venta ambulante, por lo que, incluso si Martha pagaba las cuotas y el alquiler del puesto,
la competencia hacía difícil conseguir un espacio en el mercado. Al mismo tiempo, las leyes prohibían (y todavía prohíben) vender en las aceras o en las calles.
Como dice Martha, “vender en la calle no es seguro, puedes tener accidentes de tráfico y tus hijos pueden estar en la calle cuando hace mal tiempo. Además, en la calle éramos perseguidos”. Como otros vendedores ambulantes, si Martha y sus hijos eran detenidos por la policía o guardas de seguridad por vender ilegalmente, podían estar encerrados hasta tres días en “centros de rehabilitación” antes de ser puestos en libertad.
La inseguridad de los lugares de venta y la amenaza constante del acoso policial y la confiscación de bienes lleva a ingresos poco seguros, lo que implica que a menudo padres como Martha no pueden proporcionar el alimento o vivienda adecuada para sus hijos, ni pagar las cuotas escolares. Estas dificultades son exacerbadas por el analfabetismo y desconocimiento de las leyes y derechos. Ambos pueden conducir a un sentimiento de impotencia y una falta de esperanza en poder cambiar esta situación.
Pero en 2014, la vida y los medios de sustento de Martha empezaron a cambiar cuando decidió unirse al recientemente fundado sindicato de trabajadores y trabajadoras independientes y del hogar, Syndicat des Travailleurs Indépendants de l’Économie Informelle (SYTRIECI). SYTRIECI trabaja por la protección y promoción de los derechos de los trabajadores en la economía informal, mejorando sus condiciones de vida y trabajo a través de educación, acción colectiva y un aumento de la representación de los trabajadores y trabajadoras en empleo informal en los organismos de toma de decisiones.
Después de unirse a SYTRIECI, Martha comenzó a asistir a las reuniones mensuales. Ella aprendió sobre ahorros y se unió a un grupo FSS, lo que le permitió mejorar la calidad de sus productos y conseguir préstamos sin intereses. Con esta ayuda, ella pudo permitirse tener un puesto en el mercado que SYTRIECI le había ayudado a conseguir. Trabajando en el mercado ha aumentado sus ingresos diarios y su seguridad de ingresos. Ahora puede ahorrar, gestionar un microcrédito y pagar el alquiler de su casa cada mes.