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El siguiente artículo fue escrito por nuestro Joven Reportero Lucas Gama de UNICAB (Brasil), y es parte de nuestra campaña para celebrar el Día Internacional de los Vendedores Ambulantes 2021.

Robinho

“Mi abuela paterna era vendedora ambulante en el centro de Recife” recuerda Robson Galdino, también conocido como Robinho “¡y también mi tío! Mi tía pasó de vender bocadillos naturales en la playa de Boa Viagem a vender café dentro de SEASA”. En 2006, luego de dejar su trabajo como fotocopiadora en la Biblioteca Pública del Estado de Pernambuco y con el dinero que había ganado con el subsidio de desempleo, Robson decidió seguir la tradición familiar y montó el primer puesto de refrigerios frente a la casa donde se encontraba. Creció en el barrio de Várzea (lado oeste de la capital de Pernambuco). En ese momento, tenía 23 años.

Su negocio estaba al final de una calle sin salida ni acera. Parecía olvidada por el municipio. Un año después de que Robinho montara su puesto de venta, la administración pública recordó la existencia de la calle en la que había vivido la mayor parte de su vida. No proporcionaron ninguna infraestructura ni escucharon lo que los vecinos tenían que decir sobre los problemas de la calle. En cambio, decidieron que un equipo de trabajo en ese lugar era problemático para el movimiento de personas y de vehículos, que por cierto eran extremadamente bajos.

Luego de varios episodios de hostigamiento por parte de agentes municipales, decidió cambiar la dirección de su lugar de trabajo a la acera de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE) donde, junto a su esposa y un excolaborador que había recibido parte de su indemnización en fotocopiadoras, abrió un negocio de fotocopias. Allí, él era solo uno más entre muchos otros comerciantes informales que rodean las aceras del campus de 149 acres. “Nunca recibí ninguna notificación por estar en la acera Federal, en el sector en el que trabajo” comenta Robinh “La universidad tiene cuatro vías principales: BR-101 (una vía federal), la Avenida Arthur de Sá, la calle Acadêmico Hélio Ramos y la avenida Profesor Luiz Freire.

Con la gran demanda de profesores y estudiantes, el negocio prosperaba y pronto Robon pudo continuar por su cuenta. Después de solo tres meses, cerró la sociedad y compró a crédito una máquina propia. Sin embargo, la aparente tranquilidad de poder trabajar no duraría mucho.

En 2009, el alcalde de Recife, João da Costa (elegido por el Workers’ Party) inició una cacería de brujas contra el comercio informal en la ciudad. Dos años después, el desalojo sistemático de puestos de trabajo llegó al barrio de Várzea, donde se ubica la UFPE y las personas que viven en ella. Naturalmente, la amenaza no tardó en llegar a la acera del campus.

Fue en 2011 que, como dicen los brasileños “o caldo engrossou”. El alcalde notificó a decenas de personas y dio un plazo de 15 días para la salida voluntaria de decenas de trabajadores de la acera de la BR-101. “Ya veíamos que se estaba notificando a varias personas en el barrio y empezamos a organizarnos”, dice Robinho.

Fue a través de un amigo comerciante informal de la UFPE llamado Ivonaldo Marcos (conocido como Belloto) que Robinho y otros vendedores locales conocieron a Severino Souto Alves, quien los ayudó a crear la Asociación de Barraqueiros de la UFPE, entidad que nació como respuesta a las acciones de João da Costa, que incluso fue en contra de la gestión de las dos administraciones anteriores de su partido.

Pero la acción de las autoridades se produjo incluso antes de que se formalizara la Asociación. “Un buen día, nos despertamos por la mañana y los comerciantes estaban todos molestos, porque allí había un operativo, con la Policía Federal de Carreteras y la Policía Militar de Pernambuco. Un aparato de policías y carros municipales para eliminar el comercio informal en el Hospital das Clínicas [UFPE]”, recuerda Robson consternado.

La creación de la asociación aún estaba en marcha, pero se conformó una comisión de aproximadamente 15 a 20 personas para acudir al sitio en un intento de dialogar y, de ser necesario, resistir el retiro de los puestos; entre ellos estaban Robinho y Belloto.

No hubo acuerdo, sino una orden de abrir fuego contra los trabajadores, en su mayoría mujeres y ancianos. «La policía antidisturbios avanzo primero, arrojó botes de gas y disparó tiros de goma. Me dispararon cinco veces en esa ocasión». Las carpas fueron removidas. Los trabajadores bloquearon el tráfico y la policía intensificó la acción. Se enviaron reporteros y vehículos de prensa al lugar, con cobertura en vivo de la principal cadena de televisión local; sin embargo, nada impidió que los hombres uniformados emprendieran tácticas muy violentas contra quienes resistieron con la esperanza de otro día de subsistencia.

Ese día, los disparos resonaron en las puertas de una de las principales universidades de Brasil. Ni siquiera se puede decir que fue un día de guerra, ya que no puede haber guerra entre personas marginadas y perseguidas por cuerpos armados. Lo que sucedió en ese momento fue una masacre.

“Todos estaban muy enfermos, heridos física y psicológicamente”, comenta Robinho, sin entrar en grandes detalles. Estos detalles carecían de importancia, pues en las imágenes que han sobrevivido los 10 años transcurridos desde entonces, es posible escuchar los sonidos de disparos y explosiones acompañados por el ruido de las hélices de un helicóptero de la Policía Federal de Carreteras sobrevolando el caos listo para sacudirlo con más bombas; se podía ver el humo de llantas en llamas y bolsas de basura (que formaban barricadas entre los trabajadores y la policía) y la niebla dispersa de gas pimienta era tan frecuente que casi se podía sentir el ácido quemando sus ojos, fosas nasales y garganta.

Luego de lo sucedido, Robinho, Belloto y los demás concluyeron que era urgente formalizar la Asociación de Barraqueiros de la UFPE, para que pudiera constituirse como un instrumento de lucha para los vendedores ambulantes de la región. Luego buscaron a todos los vendedores del campus, convocando a todos para que asistieran a la reunión extraordinaria donde se completó la creación de la organización, eligiendo a Belloto como su primer presidente y a Robinho como vicepresidente.

Una vez hecho esto, llegó el momento de que la gente se movilizara; con la ayuda y orientación de Severino, la organización ganó apoyo legal y comenzó a tener una mayor actividad política, buscando la asistencia de concejales e instituciones de defensa social. Hicieron un acto en las afueras del campus, movilizando también al alumnado (que era extremadamente dependiente de los comercios locales) denunciando lo que se estaba haciendo a los comerciantes.

Puestos de vendedores en Recife

“Nos enfocamos en asegurar el derecho al trabajo, que es un derecho constitucional”, dice Robinho, refiriéndose al artículo 6 de la Constitución de la República Federativa de Brasil, que establece: educación, salud, alimentación, trabajo, vivienda, transporte, esparcimiento, seguridad, bienestar, protección social, protección de la maternidad y de la niñez, asistencia a los indigentes, son derechos sociales en esta Constitución. “Fue con base en la Constitución que buscamos y logramos obtener una audiencia pública con todos los organismos públicos que estuvieron involucrados en la acción violenta”, prosigue, “en este proceso llegamos a un acuerdo para reinstalar los puestos de venta de vuelta en formato portátil”.

En ese momento, no solo nació Robson el vendedor ambulante, sino también Robson el militante y líder social. “Fue entonces cuando descubrí una realidad que se veía, pero no se sentía, lo que mi abuela y mi tío sufrieron como vendedores ambulantes en el centro de Recife”, dice emocionado. “Todas las persecuciones del municipio empezaron a impactarme y se hicieron realidad en mi vida. Yo era joven, tuve un primer trabajo (donde estuve alrededor de 3 años) y, en una situación de desempleo y después de que algunas cosas salieron mal, terminé recurriendo a la venta ambulante y siendo perseguido por el gobierno municipal. Tuve que moverme y allí encontré a otras personas en la misma situación que yo”.

Luego de la creación de la Asociación de Barraqueiros de la UFPE, Robinho, Belloto y los demás comenzaron a exportar esa forma de organización colectiva a otros puntos de la ciudad, donde la venta ambulante tenía una mayor incidencia. “Una cosa me quedó muy clara: la situación del vendedor ambulante en el mundo. Empecé a ver que esa persecución no era algo aislado, sino que era la persecución de toda una categoría de trabajadores en el mundo; es el intento de acabar con el derecho al trabajo de toda esta categoría y esto es lo que pasa todos los días”. Las asociaciones estaban teniendo éxito y revelando nuevos liderazgos populares entre los comerciantes.

Estos líderes luego se unieron para crear el Sindicato de Trabajadores del Comercio Informal de Recife, o SINTRACI, que comenzó a organizar a estos trabajadores en respuesta a la persecución sufrida y a establecer plataformas de negociación con las administraciones públicas, pidiendo una sola cosa: la posibilidad de discutir la planificación de la ciudad para que apoye el comercio informal, presentando alternativas viables, como el registro de vendedores ambulantes y de mercado, la estandarización de equipos y el desarrollo de leyes que regulen la venta ambulante, garantizando la posibilidad de trabajo en lugar de persecuciones por parte de las autoridades.

“La venta ambulante me ha brindado no solo la posibilidad de ejercer mi derecho a trabajar con lo que me gusta, lo que quiero y lo que soy capaz de hacer, sino que además están todas las dificultades de ser vendedor ambulante en un país donde no hay políticas públicas para eso. Es entonces que te das cuenta que hay que luchar para que lo consagrado en la constitución sea un derecho. Hay que luchar por derechos que ya están garantizados”. Recordando su historia, concluye que «la dificultad de ser brasileño, de ser pobre, me llevó a ser vendedor ambulante y la dificultad de ser vendedor ambulante en un país que no te da condiciones me llevó a ser activista».

En su evaluación, el comercio informal es la categoría de más rápido crecimiento en Brasil y en el mundo, debido a las políticas neoliberales y de austeridad que los gobiernos han emprendido en las últimas tres décadas, que resultaron en el aumento de la pobreza y la desigualdad, especialmente en países en vías de desarrollo. En este contexto, las más impactadas son las personas que experimentan mayores grados de vulnerabilidad social; para estos, todo lo que queda es sobrevivir a través de la informalidad. “El comercio informal se persigue precisamente porque hay un crecimiento de esta demanda y esta demanda está comenzando a traer otra visión a los trabajadores: la capacidad de autogestión”.

“Esta es una pelea que está lejos de terminar, ¿verdad? Si les dejamos cerrar la puerta al comercio informal, para el poder sólo quedará una bola de hierro y un látigo”.

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